Sin Redundar – Carlos Avendaño

El acarreo de siempre, la 4T de siempre”. El festejo de los siete años de MORENA. Siete años en el poder -que no es lo mismo que gobernar, pero bueno, tampoco hay que arruinarles la fiesta desde el primer párrafo-. Y qué mejor manera de celebrar que recurriendo al método ancestral, milenario, patentado por el priismo clásico: acarrear miles de personas al Zócalo, porque un festejo sin acarreados, para MORENA, es como un mitin sin mañanera: simplemente no se puede. Desde las primeras horas del viernes 5 y el sábado 6, la Ciudad de México se convirtió en un gran estacionamiento de camiones turísticos. Decenas, cientos, quién sabe cuántos, pero suficientes para paralizar media capital. Las alcaldías Gustavo A. Madero, Cuauhtémoc y Venustiano Carranza, vivieron el caos que siempre trae la “voluntad popular” cuando viene en autobuses pagados por alguien que nunca se menciona. Las redes sociales -esas “benditas” cuando convienen, “conservadoras” cuando no- mostraron lo de siempre: gorras regaladas, banderas recién impresas, playeras nuevas que milagrosamente aparecieron gracias al “pueblo bueno y sabio”. Porque sí, claro, fue el pueblo bueno y sabio quien diseñó los logos, imprimió las mantas, pagó los suéteres y rentó los camiones. No cabe duda: la magia de la 4T no tiene límites, excepto cuando se trata de gobernar. El famoso “pase de lista” tampoco faltó. Un clásico nacional. La tradición mexicana donde la asistencia se mide en personas, pero la voluntad se mide en tortas. Y mientras tanto, algunos acarreados confesaban haber viajado 30 horas desde Sonora, casi como si fueran peregrinos, pero sin ver a la Virgen al llegar, solo al templete. Otros narraban lo “pesado” del viaje: autobuses de turismo, carreteras interminables y la promesa de una foto multitudinaria que sirve para todo, menos para mejorar el país. En resumen: así celebró MORENA sus siete años en el poder. Con cansancio, con acarreados, con la misma liturgia política que tanto criticaron. Porque aquí la austeridad sigue firme, siempre y cuando la pague el pueblo, no el partido. Y las preguntas incómodas se contestan solas: ¿Quién pintó las mantas? ¿Quién imprimió las banderas?  ¿Quién pagó las gorras, las playeras, los suéteres? ¿Quién rentó los camiones? ¿Quién organizó las tortas y los refrescos? Según el discurso oficial: el pueblo. Según la realidad: el presupuesto. Pero tranquilos no pasa nada. A seguir defendiendo la austeridad y a seguir patrocinando el acarreo que nunca muere, tan solo se rediseña…

El espíritu navideño… legislativo”. Cierre de año en la Cámara de Diputados. O como ellos lo conocen: la temporada de regalos para ellos mismos. El 24 de noviembre se anunció que nuestras y nuestros legisladores, siempre sensibles, siempre austeros, siempre pensando en el pueblo, se aprobaron un aumento de $113 mil pesos anuales. Porque claro, ¿Cómo va a legislar uno con apenas más de 1.3 millones al año? Pobrecitos. La precariedad también duele. Todo esto mientras el país vive en un coctel perfecto: inseguridad histórica, impunidad institucionalizada y una crisis económica con impuestos que suben como la espuma, pero del refresco barato que compra la ciudadanía, no del champagne legislativo. La ciudadanía rechaza -faltaba más- que quienes deberían servir se sirvan primero, se sirvan mejor y se sirvan sin cubiertos, directo de la olla. Cómo no rechazarlo, si ni siquiera se molestan en ofrecer una justificación técnica. Nada. Transparencia: cero. Consulta pública: ni en el PowerPoint. Vergüenza: tampoco hubo. Hablemos de números, esos que sí arden: Dieta mensual: $82,052. Aguinaldo de 40 días: $147,438. Antes del 15 de diciembre: $74,558. Asistencia legislativa: $45,786. Atención ciudadana: $28,772. Total: $304,048 Todo redondeadito. Todo suavecito digo, justito para cerrar este año 2025. Mientras tanto, el mexicano común hace malabares para cubrir la renta, la luz, la canasta básica y la esperanza. Pero los diputados federales viven en un universo paralelo en donde la austeridad es un discurso, no una obligación. Y aquí viene la parte que más duele: cada peso que se asigna a privilegios, es un peso que no llega a seguridad, a salud, a educación o a justicia. Un peso que no salva vidas. Un peso que no combate la violencia. Un peso que no arregla el desastre. México necesita servidores públicos, no servidores que se publican a sí mismos aumentos de sueldo. Necesita austeridad real, coherencia moral y un mínimo de decencia política. Pero lo que tenemos es un Congreso que, cada diciembre, demuestra que sí sabe legislar rápido,  cuando la ley los beneficia a ellos. Es hora de decirlo sin adornos: basta de abusos. Porque mientras la ciudadanía paga la factura, ellos siguen cobrando el banquete. Y sí, la ciudadanía está mirando, y ya no traga entero…

La nómina más unida de México”. En México hay familias que se reúnen los domingos para comer barbacoa, y otras que se reúnen entre semana porque trabajan todos en el gobierno. Cada quien sus tradiciones, ¿Verdad? Tras la salida aceleradísima de Alejandro Gertz Manero -que todavía ni apagaba la luz- la llegada de Ernestina Godoy Ramos a la FGR no solo encendió reflectores sobre ella, sino que también sobre su árbol genealógico, que por lo visto tiene mejores conexiones que la Línea #1 del Metro. Aparecen nombres, cargos y sueldos, todos muy respetables y muy institucionales. Y ahí están: Alma Guadalupe Godoy Ramos, Hermana que trabaja en la CONAFOR con un sueldo de 146,376. Claudia Cecilia Gómez Godoy, Hija que trabaja en la CONAFOR con un sueldo de 150,822. Mariana Gómez Godoy, Hija que trabaja en Gobernación con un sueldo de 29,753. Guadalupe Espinoza, Yerno que trabaja en el Tribunal Agrario con un sueldo de 168,036. Daniel Rodríguez, Sobrino que trabaja en Obras CDMEX con un sueldo de 135,244. Una familia muy trabajadora, sí. Una familia comprometida con lo público, también. Una familia bien posicionada… pues eso ya lo dice la nómina. Y mientras las autoridades aseguran que todo es mérito, la gente en la calle levanta la ceja con la misma velocidad con la que el Senado aprueba nombramientos importantes: ¿Coincidencia? ¿Vocación familiar? ¿O la famosa “eficiencia hereditaria” que solo florece cuando hay sillas gubernamentales disponibles? Porque si algo caracteriza a la política mexicana es que siempre encuentra la manera de recordarnos a Pompin Iglesias y su inmortal frase: “Qué bonita familia, qué bonita familia”. Claro, nadie está diciendo que haya ilegalidades. Pero en política, Carlos, tú lo sabes: la percepción pesa más que un expediente. Y cuando la nómina parece árbol genealógico, pues el debate se escribe solito. Al final, México sigue siendo ese país donde la transparencia se exige, la confianza se negocia y el sarcasmo es la única herramienta que nunca falta…

El carrito de la vergüenza nacional”. Es por demás increíble. Tres mil pesos. $3,000 pesos por un carrito de mandado que, hace unos años atrás, apenas te salía en mil y feria, y eso si traías carne, fruta, algo de limpieza y un gustito. Ayer nos tocó andar en un supermercado de Guamúchil, y ese carrito parecía normal, modesto, humilde. Pero no: resultó ser la versión premium de la miseria mexicana, porque con esos precios cualquiera pensaría que venía con llantas Michelin y motor híbrido. Hoy el dinero no sirve para nada. Es como cargar billetes de utilería del Monopoly, pero con cobradores de verdad. Y mientras las autoridades presumen que “todo está bajo control” y que “los precios ya se están estabilizando”, uno ve el ticket y entiende que se estabilizaron, pero hacia arriba. Lo verdaderamente brutal es esto: ¿Cómo le hace la gente que vive con el famosísimo salario mínimo? Porque si un carrito sencillo ya cuesta $3,000, entonces vivir con $315 pesos diarios es prácticamente un acto de magia negra. O más bien, de resistencia heroica. Mis respetos -pero de verdad- para quienes sobreviven con eso. Es un milagro económico cotidiano, no el que presume Hacienda. La inflación es una barbaridad. Una barbaridad disfrazada de “ajustes”, “tendencias”, “ciclos”, “comportamientos del mercado”. Puras palabras bonitas para no decir la verdad: la vida está carísima y los sueldos siguen en modo caricatura. Y mientras los carritos suben, los salarios gatean. Y mientras los precios vuelan, la política se toma selfies diciendo que vamos bien. Pues no, no vamos bien. Vamos caro, pero muy caro…

Sin Redundar y diciendo las cosas tal y como son. Suyos los comentarios estimados lectores…

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